Es difícil de explicar.
¿Cómo explicar al viajero que un planeta entero cabe en una isla de menos de 50 kilómetros de diámetro? Pero es así. Gran Canaria guarda un mundo en miniatura, con dos hemisferios, dos caras opuestas.
La isla tiene una cara repleta de playas y otra menos conocida, rellena con montañas y barrancos que nacen en la cumbre y se desparraman como nata de pastel, hasta tocar el mar.
En una única isla encontrará un océano entero de playas. Las hay de todo tipo, Gran Canaria tiene esa ventaja. Regala playas a los solitarios que buscan tranquilidad, pero ofrece otras para deportistas incombustibles. Verá desde kilométricas playas de arena dorada a pequeñas calas lejos del ruido, a trasmano, reducto de surferos. Eso sí, todas rodeadas de un mar azul y de un sol suave como crema de café.
En su otro hemisferio, no lejos del desierto de dunas y de las risas que cubren la arena, encontrará un escenario natural desatado. Una naturaleza que vive a su aire y sin etiquetas, como la gente de la isla, gracias al clima afortunado de esta parte del globo. Un clima que conforma un particular mapa de paisajes cambiantes.